Cultura

Lapü, la película colombiana que retrata el significado de los sueños para los wayúu

Entrevista con Juan Pablo Polanco y César Alejandro Jaimes, directores de Lapü, la película que expone el ritual de una exhumación dentro de la comunidad indígena wayúu en la Guajira colombiana.

Jose Ricardo Baez Gonzalez  | 29.10.2019 - Actualızacıón : 31.10.2019
Lapü, la película colombiana que retrata el significado de los sueños para los wayúu Juan Pablo Polanco (izq) y César Alejandro Jaimes (der), directores de Lapü, la película que expone el ritual de una exhumación dentro de la comunidad indígena wayúu en la Guajira colombiana, en Bogotá, Colombia, el 24 de octubre de 2019. (Juan David Moreno - Agencia Anadolu).

BOGOTÁ, Colombia

Por: José Ricardo Báez G.

La primera noche tuvo un sueño pesado. Sintió que muchas personas caminaban a su alrededor mientras dormía en la ranchería, como se denomina el conjunto de viviendas un clan familiar wayúu. En la ciudad habría pensado que era una simple pesadilla y la habría olvidado en un par de horas, pero estaba en la Guajira, donde la línea entre lo real y lo onírico es difusa.

Al otro día, César Alejandro Jaimes se despertó y les preguntó a los indígenas acerca de su sueño. Ellos le dijeron que eran espíritus que habían venido a ver a las personas recién llegadas a la ranchería: “Allá es muy frecuente despertarse y contarse los sueños por la mañana. Lo que uno sueña tiene una relación directa con el mundo material y cotidiano”, asegura Juan Pablo Polanco, quien junto con César dirigió la película Lapü.

«Lapü» significa «sueño» en wayuunaiki, el idioma de los wayúu, y precisamente narra una historia que se mueve en la liminalidad del mundo material y onírico. Doris, una joven wayúu, sueña con su prima muerta. Su abuela interpreta el sueño como un llamado para que ella y su prima se acerquen de manera espiritual por medio de un ritual llamado segundo entierro, que consiste en exhumar los restos del difunto y trasladarlos a otro lugar.

La producción audiovisual también se mueve entre esa línea difusa entre documental y ficción, incluso hay una escena entre Doris y su prima muerta. “Cuando le explicamos a Carmen, la hermana de Doris, quien hace de la difunta, dijo «bueno, listo, yo puedo imaginarme que soy María Úrsula y me encuentro con Doris en un sueño». Fue muy natural para ellas enfrentarse a eso. Improvisaron esa secuencia de diálogo como un juego de imaginación. Doris estaba convencida de que estaba hablando con su prima, no estaba actuando para la película”, cuenta Juan Pablo.

Escena de la película en que Doris se encuentra con María Úrsula, su prima difunta.

En la cinta no explican lo que sucede y por eso el espectador atraviesa el mismo desarrollo que el de la protagonista: inicia en el sueño, pasa por la exhumación, y termina en el baño realizado por una médica tradicional wayúu llamada «outsu» por los indígenas y «piachi» por los «alijunas», como denominan a los personas que no pertenecen a la etnia wayúu.

La película está editada en una imagen cuadrada que le da protagonismo al silencio. Tiene un ritmo pausado con planos cerrados y obliga al espectador a prestar mucha atención a otros elementos que no aparecen en la pantalla. “En la Guajira el silencio hace parte de las conversaciones, cuando estás hablando con alguien y de repente llega una brisa fuerte, hay que hacer silencio durante un rato; a veces dudas si la conversación se acabó. Luego pasa la brisa y uno sigue hablando, como si nada”, recuerda Juan Pablo.

Ambos realizadores se han interesado por el tema de la muerte y en un principio querían hacer una serie de cortos documentales sobre rituales fúnebres colombianos. Estuvieron en lugares como San Basilio de Palenque, pero por una serie de coincidencias terminaron en la Guajira, se hicieron grandes amigos de una familia que los ayudó en la producción de la película. “Nos enamoramos un montón de la relación que tiene la muerte con lo onírico”, asegura César.

Para él, es muy curioso como en nuestra sociedad el sueño y la muerte son dos temas relegados a los que se les da muy poca relevancia: “No le damos tanta importancia ni a los sueños como estado de realidad, ni a la muerte como proceso vital. Se juntaron ambas ideas dentro de ese mismo ritual y eso fue una de las cosas que nos hizo decidir que queríamos hacer la película en ese lugar”.

La idea original era hacer un cortometraje con el estímulo económico que obtuvieron del Fondo de Desarrollo Cinematográfico de Proimágenes en 2016. Pero grabaron mucho material, en parte porque rodaban sin entender los diálogos de los actores que hablaban en wayuunaiki: “Terminó siendo un largometraje casi por decisión de la película más que por nosotros”, señala Juan Pablo.

La película se estrenó a nivel mundial en el Festival de Cine de Sundance y la Berlinale. Sin embargo, la primera vez que la proyectaron fue frente a la comunidad wayúu en la casa de Doris González Jusayú, la protagonista, con un proyector y una tela blanca. Hicieron una comida y mientras se proyectaba la película, todos comentaban lo que ocurría en la pantalla: “Se sentía como si estuviéramos viendo un álbum familiar”, evoca Juan Pablo.


El largometraje ha estado en más de 25 festivales internacionales. Ganó los premios a mejor director y mejor cinematografía en los Worldwide Cinema Frames studios/films en Boston, EEUU y fue nominado a mejor documental en el Festival de Cine de Cartagena FICCI y en el Sundance Festival. También obtuvo menciones especiales en DocumentaMadrid, DocsBarcelona y DOKer de Moscú, el Festival DMZ de Corea del Sur, entre otros.

En Seúl, en una de las sesiones de preguntas y respuestas al final de la proyección, una señora dijo que la película le recordó sus charlas con su abuela en la infancia. Les contó que en Corea del Sur se hace un ritual muy parecido cuando una familia tiene un percance y alguien tiene un sueño donde aparece una visión que ordena desenterrar y volver a enterrar a alguien de la familia. Los directores no podían creer que una historia tan local tuviera este alcance universal.

“Al otro lado del mundo, a ella la historia la había tocado a un nivel profundamente íntimo. En un principio uno cree que es un tema muy regional. Es bonito ver como al final somos un animal que siente lo mismo y encuentra idénticas soluciones a esas dudas y preguntas existenciales en diferentes lugares del planeta”, señala Juan Pablo.

Según ambos jóvenes directores, la manera en que entendemos la muerte es un reflejo de nuestra relación con la vida. Tal vez por eso la película puede ser difícil para muchas personas, en especial cuando se ve en primer plano un esqueleto humano. En ese momento, es inevitable darse cuenta de lo frágil y perecedera que es la existencia.

“Ese ritual [el segundo entierro] es enfrentarse a esa imagen que todos somos, pero que hemos llenado de tabúes y evadimos”, asegura Juan Pablo. “Es fuerte, pero al mismo tiempo hay un aprendizaje tremendo acerca de lo que queda después del paso del tiempo”, agrega.

Contrario a lo que muchos piensan, no tuvieron dificultades para grabar estas escenas que podrían considerarse íntimas: “Es un ritual que se abre a la comunidad. Los wayúu suelen tener familia regada por toda la Guajira y los velorios son ese momento donde la gente se reúne, Es como un acto colectivo donde todos están ahí para celebrar la muerte”, afirma César.

Desde el 17 de octubre en la Cinemateca Distrital se lleva a cabo la exposición «Lugar en sombra», una recopilación de fotografías y sonidos capturados durante el rodaje de la película y que han sido instalados para que los espectadores tengan un acercamiento sensorial de este primer largometraje de César y Juan Pablo.

La película se estrena en Colombia el 31 de octubre, curiosamente el mismo día en que se celebra el día de muertos y de difuntos en varias partes de Latinoamérica. Para Juan Pablo “es una oportunidad muy linda de relacionarse con la muerte de una manera poco familiar, pues se resignifican las emociones frente a los procesos de pérdida que uno ha vivido”.



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