Los pueblos originarios de Bolivia celebran el solsticio y reciben el año 5529
Con rituales y ofrendas, cada 21 de junio las naciones indígenas celebran el solsticio de invierno, conocido como el renacer del sol o Año Nuevo Andino Amazónico.

LA PAZ, Bolivia
Por: Patricia Cusicanqui Hanssen
Cada 21 de junio, el sol se sitúa en su punto más alejado de la línea ecuatorial, y en Bolivia los pueblos originarios invocan, con rituales y ofrendas, su retorno. Es un llamado a la naturaleza y a sus deidades para preservar el ciclo de la vida, porque la agricultura está marcada por el calendario solar y de él depende la producción de alimentos y la reproducción del ganado.
Esta milenaria práctica, llamada 'Willka Kuti' o renacer del sol, ha recobrado en los últimos decenios una importancia cultural, religiosa, político-ideológica y turística, y es conocida también como Machaq Mara o Año Nuevo Andino Amazónico, que en este día celebra la llegada del año 5529.
A lo largo del altiplano y también en zonas de los valles bolivianos son diversos los espacios sagrados o wak’as donde se desarrollan ceremonias ancestrales. La tradición manda a velar la llegada del nuevo día y recibir los primeros rayos del sol con ofrendas y sacrificios animales, por lo general con la quema de 'sullus' o crías disecadas de las llamas.
Hace poco más de cuatro décadas que el acto principal se desarrolla en el complejo arqueológico de Tiwanaku, situado a unos 70 kilómetros de La Paz, en lo que fue el territorio de la antigua civilización (1.500 aC – 1.200 dC). En la víspera llegan hasta el lugar cientos de personas que amanecen en inmediaciones de la Puerta del Sol (uno de sus observatorios solares) y con los brazos en alto reciben la energía solar como buen augurio.
En el contexto andino hay dos momentos particularmente importantes vinculados con el calendario agrícola: el 21 de junio y el 21 de diciembre, cuando el sol se aleja y se acerca al máximo de la Tierra, explica a la Agencia Anadolu el antropólogo Milton Eyzaguirre, jefe de la Unidad de Extensión del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef).
“A este periodo le llamamos el 'taya pacha' o tiempo frío, y cerca de fin de año viene el 'jallu pacha' o tiempo húmedo. La temporada actual da lugar a lo que se conoce como el descanso de la tierra y se espera la llegada de las heladas para producir chuño y tunta, a fin de que no falte la comida en los próximos meses”, dice Eyzaguirre.
El chuño y la tunta, dos manjares de la comida andina boliviana, se producen a partir de la papa. En ambos casos, el tubérculo es expuesto a la helada y a las extremas temperaturas del invierno para luego ser deshidratado y secado al sol. En este estado puede durar más de cinco años sin dañarse y sin perder sus propiedades nutritivas.
El 'taya pacha' es, además, el tiempo dedicado a los animales. En la época prehispánica, los pueblos originarios construían en los cerros una suerte de establos y durante días reunían al ganado y encendían fogatas para mantenerlo caliente. “Este es el periodo para juntar y encerrar las illas, para que sean fértiles, pidiéndole al sol que no se aleje”, complementa el especialista.
La evangelización encubrió estas prácticas con fechas festivas como San Juan, el 23 de junio, o Navidad, el 24 de diciembre. “Hay una especie de revalorización de las tradiciones pues durante la Colonia hubo todo un programa de extirpación de idolatrías y se construyeron iglesias o capillas en los cerros para invisibilizar el valor sagrado de lo andino”, lamenta Eyzaguirre.
No obstante, el experto apunta que esto del Año Nuevo Andino Amazónico es una reinterpretación de las tradiciones que no deberían ir en desmedro de las prácticas de otros pueblos. “En las tierras bajas la dinámica es diferente; los guaraníes, por ejemplo, esperan el lucero. No es bueno pensar que la lógica de la zona andina, la de los aimaras, quechas y urus es la misma en todo el territorio. En el afán de revalorizar no podemos invisibilizar las tradiciones de la Amazonía o del Chaco, donde la representación ritual es diferente”.
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Una celebración de los pueblos del mundo
Este rescate y revalorización de las costumbres y tradiciones del occidente del país comenzó en los años 70 del siglo XX y fue entonces que Tiwanaku fue elegido como el centro de celebración del solsticio de invierno, en virtud de los conocimientos y la ciencia desarrollados por esta antigua civilización preincaica que posee diversos observatorios del ciclo solar.
En 2020 las actividades se suspendieron a causa del COVID-19, pues el país atravesaba la primera ola de la pandemia. Este año, el presidente Luis Arce y el vicepresidente David Choquehuanca protagonizaron una ceremonia en Tiwanaku, pero con aforo reducido y transmisión virtual. En otras regiones del país, alcaldes y gobernadores hicieron lo propio en otros sitios sagrados.
“Consciente de que los solsticios y equinoccios simbolizan la fertilidad de la tierra, los sistemas de producción agrícola y alimentaria, el patrimonio cultural y sus tradiciones milenarias, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció que la celebración de esos eventos es una encarnación de la unidad del patrimonio cultural y las tradiciones de siglos de antigüedad”, escribió la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2019, cuando instituyó el 21 de junio como Día Internacional de la Celebración del Solsticio, precisamente a iniciativa de Bolivia.
Ya en 2005, el gobierno de Carlos Mesa promulgó una ley que declara al Año Nuevo Aimara Patrimonio Intangible, Histórico y Cultural de Bolivia. Y en 2009, el expresidente Evo Morales renombró a la festividad como Año Nuevo Andino, Amazónico y del Chaco y decretó feriado cada 21 de junio, con la idea complementaria de fomentar el turismo.
Hoy, las restricciones por la pandemia tienen un alto impacto en este rubro. Por segundo año consecutivo, el país no recibe turistas extranjeros para participar en los rituales. Giovanni Villanueva, expresidente de la Asociación Boliviana de Turismo Receptivo (Abatur), recuerda que sitios sagrados como Tiwanaku y la Isla del Sol recibían a miles de visitantes.
“El daño económico es incalculable y tiene efectos en toda la cadena de servicios: agencias, hoteles, restaurantes, artesanos, guías, lanceros. Lo que ahora hacemos es aprovechar el feriado para reinventarnos y ofertar servicios en sitios como Sorata, Copacabana, Coroico, Caranavi, donde no haya aglomeración y cuidando las medidas de bioseguridad”, dice Villanueva.
Como operador de turismo, Villanueva espera que la crisis económica y sanitaria sean superadas. “El Willka Kuti es de buen augurio para las cosechas y para un excelente año de producción agrícola. Esperemos que esto se irradie a todo sector”, afirma.
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