La colombo-venezolana que trabaja por la construcción de paz y los migrantes en Colombia
Gaby Arenas de Meneses recibió un reconocimiento del Rotary Peace Fellowship, una “beca pro paz” del Rotary Club, por su aporte a la construcción de paz en el país andino.
Colombia
Por: Diego Carranza
El pasado 15 de octubre Gaby Arenas de Meneses, una colombo-venezolana radicada en Colombia hace varios años, recibió el reconocimiento del Rotary Peace Fellowship, una “beca pro paz” del Rotary Club que se entrega alrededor del mundo, por su aporte a la construcción de paz en el país andino.
Gaby es coordinadora global de Tendrel, una organización creada por “líderes de impacto social para líderes de impacto social”, y directora de la fundación Taller de Aprendizaje para las Artes y el Pensamiento (TAAP).
El reconocimiento del Rotary Club le fue otorgado por la construcción de ‘ecosistemas de aprendizaje para la paz’ de TAAP, es decir, aquellos espacios en los que se trabaja con todos los grupos de interés de una comunidad de forma conjunta para lograr una convivencia pacífica.
Estos ‘ecosistemas’ se diferencian de los proyectos tradicionales de paz, que se enfocan en un grupo específico, en que trabaja con la totalidad de la comunidad para que haya un impacto mayor. La idea es que no solamente un sector impulse el cambio, sino que todos aprendan a convivir y a relacionarse de forma diferente.
“Trabajas con niños, con jóvenes, padres, maestros, desplazados, reinsertados, autoridades y empresas; con todos al tiempo, para empezar a crear interacciones que permitan mejorar la convivencia de la comunidad”, le dijo Arenas a la Agencia Anadolu. Su labor en las comunidades también incluye población migrante, pues como afirma, “no hay manera de separar el desarrollo, así como no hay manera separar la construcción de paz”.
TAAP lleva diez años trabajando en América Latina. Esta fundación nació en Venezuela pero desde hace cinco años tiene presencia en Colombia y Centroamérica. Su objetivo es generar procesos de construcción de paz en comunidades vulnerables y localidades con altos índices de violencia a través de artes visuales e innovación educativa.
“Es utilizar el poder que nos da el arte para comunicarnos de forma diferente. Si yo llego a una comunidad y le digo a una mamá que no golpee a sus hijos, me va a responder "¿y tu por qué me vas a decir cómo criar a mis hijos?" En cambio, si llego a una comunidad y le pido a los niños que pinten cómo se ve su mamá cuando los grita o cómo se sienten cuando los golpean, tomo ese dibujo y lo llevo a la mujer, la percepción de ella y su apertura para conversar es diferente”, ejemplificó Arenas.
Su metodología es utilizar dibujos, fotografías, videos, tejidos y esculturas, entre otros, para crear “arte para la no victimización” o “arte para las posibilidades”.
Romper los patrones de violencia
Arenas afirma que hay que entender que una de las principales violencias en Colombia desde hace muchos años es la violencia interpersonal dentro de los hogares, contra los niños, y la violencia de género “que lamentablemente no ha disminuido, pero que tampoco sufrió un cambio radical después del acuerdo de paz” con las desmovilizadas Farc.
“Si se ven las estadísticas, nada más el año pasado hubo más de catorce mil niños víctimas de abuso sexual. Eso es similar a las estadísticas durante el conflicto. Y estos niños no fueron víctimas de ningún grupo armado, sino de sus propios familiares”, lamenta.
Además, indica que durante el conflicto se calculan 120 mil homicidios registrados por el Centro de Memoria Histórica, mientras que en los últimos diez años tenemos 156 mil homicidios por problemas interpersonales. “Entonces la violencia hay que empezar a entenderla, a verla y a trabajarla de forma diferente”.
“Que hoy tengamos la firma de un acuerdo y la desmovilización de grupos armados es una oportunidad maravillosa para todos los colombianos. Lo ves cuando vas a las regiones. Salvo en aquellas donde aún hay grupos armados y bandas delictivas, la gente está mucho más tranquila”, recalca. Sin embargo, advierte que esa calma no se traduce en que la violencia se haya reducido en las casas, en las escuelas, o que haya disminuido el microtráfico de drogas o el abuso sexual. “Eso sigue existiendo y sigue siendo un problema”, subraya.
Por ello la importancia de trabajar con todos los tipos de violencia y romper esos patrones, “porque la violencia no puede separarse en cajitas para ser solucionada”. La mujer advierte que estas situaciones se convierten en “ciclos que no se rompen”.
“Si yo soy una mamá víctima de violencia y mi marido me golpea todas las noches, es muy probable que esa rabia y frustración la descargue contra mis hijos y los golpee a ellos. Y esos niños que yo estoy golpeando van a ir a una escuela en la que van a hacer lo mismo con un compañero. Como consecuencia, ese chico va a terminar en una banda delictiva porque cree que es su única opción para superar lo que le está pasando, ya sea en su casa o en la escuela o para conseguir más dinero. Y dicha banda va a extorsionar y afectar a otro y así sucesivamente”.
Esta fundación se encarga de romper dichos patrones de relacionamiento. “Cuando nosotros llegamos una comunidad normalmente encontramos jóvenes que quieren ser líderes de una banda delincuencial, porque es el que más plata gana, al que todas las mujeres buscan, porque es el que tiene más poder y todo el mundo le tiene respeto o miedo. Tratamos de cambiar eso”.
Hoy, gracias al papel de TAAP y de las organizaciones locales aliadas, más de doscientos jóvenes que eran miembros de bandas armadas ahora son profesionales, “porque dejaron de creer que la violencia es su única manera de obtener recursos o reconocimiento o de sentirse bien consigo mismo”.
Igualmente, más de siete mil madres que violentaban a sus hijos y que eran acusadas de maltrato familiar, no han vuelto a golpear a sus niños. Y a su vez, muchos de esos pequeños que estaban abandonando el sistema escolar ahora siguen en sus procesos de estudio.
Del microtráfico a las cámaras, casos de éxito
Entre los casos que destacó Gaby Arenas está el de un grupo de jóvenes en una región del nororiente del país (que por motivos de seguridad no se menciona), que antes distribuía drogas para las redes de microtráfico y que ahora son fotógrafos, videógrafos o editores. Otros ejemplos son de mujeres en la misma zona que durante muchos años se paraban en las afueras de una entidad estatal para esperar un subsidio que posiblemente nunca llegaría, y que en la actualidad a través de talleres de emprendimiento y venta, se dedican a la comercialización de ponchos y turismo religioso, lo que ha mejorado considerablemente su calidad de vida, la de sus familias y comunidades enteras.
El trabajo de esta organización sin ánimo de lucro se ha extendido en una veintena de municipios y ciudades del país, pasando por zonas de los departamentos de Norte de Santander, Boyacá, Putumayo y localidades del Magdalena Medio, como Puerto Boyacá, Puerto Berrío o Puerto Nare, hasta ciudades como Pereira, Medellín, Acuachica, Mocoa y Tumaco. Incluso hay un proyecto en San Isidro Patios, en el municipio de La Calera (Cundinamarca), límites con Bogotá.
Actualmente, TAAP promueve que sean muchas más las organizaciones que vean la construcción de paz de esta manera en Colombia y se empiece a pensar no en pequeños proyectos, sino en que se unan como grandes redes para generar mayores resultados.
TAAP y Rotary empezaron a trabajar hace tres años para crear proyectos de paz en Colombia y a partir de esta experiencia fueron seleccionados para profundizar su formación en Tailandia en 2019 y liderar más iniciativas en el país. Este año, por primera vez Colombia recibió la mayor cantidad de premios de Rotary Peace Fellowship en el mundo. La idea es que todos los que representan al país puedan volver y generar proyectos de alto impacto.
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