La otra tragedia brasileña que dejó los mismos 500.000 muertos que el coronavirus
El país sudamericano superó el medio millón de fallecidos por COVID-19, pero entre 1877 y 1879 la Gran Sequía, sumada al hambre y a una epidemia de viruela, exterminó al mismo número de personas.

SAO PAULO, Brasil
Por: Federico Cornali
El sábado 19 de junio Brasil superó la marca de las 500.000 muertes por COVID-19, un récord negativo que marcará uno de los capítulos más tristes en la historia del país.
Sin embargo, y pese a que muchos brasileños lo ignoren, existió una tragedia, actualmente olvidada, que exterminó a por lo menos 500.000 personas en el siglo XIX y que afectó principalmente a los habitantes del Nordeste de la nación, que en ese momento era parte del Imperio (que duró hasta 1889). A aquel período trágico se lo conoce como “La Gran Sequía” o “Sequía del Nordeste Brasileño”.
Si bien muchos recordaron la pandemia de “Gripe Española”, de 1918, cuando el coronavirus comenzó a acechar diferentes continentes en marzo de 2020, otra catástrofe mató a 50 millones de personas en todo el mundo entre 1877 y 1879. En este caso la principal causa de las muertes fue el hambre y no un virus (aunque también lo hubo).
En tiempos en los cuales era difícil pronosticar y prevenir, una sucesión de hechos climáticos combinados generó una sequía sin precedentes en la región ecuatorial del planeta. En Brasil, específicamente, la falta de lluvias fue el puntapié inicial de tiempos sombríos, de penurias y hambrunas, que contó además con una epidemia de viruela.
Dentro del periodo imperial brasileño, Ceará (que actualmente es un estado) fue la provincia más afectada. Solo en 1878, el peor año de la sequía en ese territorio, fallecieron 119.000 personas. Fueron tres años seguidos sin lluvias, sin cosechas, sin plantaciones. Se perdieron rebaños y familias por completo. Muchos de los que lograron sobrevivir decidieron marcharse hacia otras regiones menos afectadas.
En tres años, la provincia pasó de tener 900.000 habitantes a 750.000, según los datos publicados en el libro “Climatología, Epidemias y Endemias de Ceará”, del médico y escritor Barón de Studart. Tanto esa dramática sequía como las anteriores y las posteriores fueron asociadas al fenómeno de “El Niño”, que interfirió directamente sobre el clima de la región y de otras zonas del país.
La única tragedia comparable a aquella, desde entonces, es la pandemia de COVID-19, que en Brasil sigue cobrando víctimas. En el total actualizado, ya son más de 513.474 los muertos, y el ritmo de decesos no disminuye a pesar de la vacunación acelerada en buena parte de los estados.
De cualquier forma, los tiempos son otros. Durante la Gran Sequía, Brasil tenía menos de 10.000.000 de habitantes (la mitad residía en el Nordeste). Los más de 500.000 muertos entre 1877 y 1879 significaron más del 5% de la población. Actualmente, el país más poblado de América Latina tiene 210.000.000 de habitantes, y 500.000 fallecidos no es ni el 0,3% de su población.
A pesar de que los momentos son completamente diferentes, sin siquiera mencionar las tecnologías disponibles, sí podemos encontrar algunas similitudes entre ambos sucesos históricos. Tanto en 1877 como en la actual pandemia, el impacto en los fallecimientos fue el resultado de la suma de un fenómeno natural, una crisis económica, fallas en la asistencia por parte del Gobierno y disputas políticas; sucedían en el siglo XIX y continúan hoy.
“La peste y el hambre matan más de 400 personas por día”, escribió en una de sus crónicas el reconocido escritor y farmacéutico Rodolfo Teófilo, en 1878. “Por la mañana, recogen a niños muertos y los juntan dentro de una enorme bolsa, luego los cubren con un pañuelo y los dirigen hacia su sepultura”, continúa. “No nos quedará ni una de las joyas de la corona, pero ningún nordestino se morirá de hambre”, se apresuró a decir el emperador de ese entonces, Pedro II.
El hambre y la falta de perspectivas provocaron una “diáspora” de nordestinos por el territorio brasileño. Algunos huyeron hacia la región del Amazonas, mientras que otros buscaron una mejor vida en el Sudeste (específicamente en Sao Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro). “Se morían de hambre y de sed, no tenían qué comer y fallecían en medio de las calles de las ciudades, en las carreteras del país”, describió el Barón de Studart.
“Después de alimentarse de raíces silvestres, de algunas especies de cactus y bromelias, del palmito de la carnaúba y de palmeras, los hambrientos pasaron a comer las carnes más repugnantes, como la de los perros, los buitres y los cuervos, además de algunos reptiles”, continuó el reconocido médico y escritor cearense.
Además de deambular hambrientos por las plazas de la actual capital del estado, Fortaleza, quienes abandonaron los campos secos también intentaron avanzar hacia las provincias vecinas: Bahía, Recife y Alagoas, un poco menos damnificadas por la catástrofe. “Era como las crisis de refugiados que vemos hoy. Los estados vecinos y principales capitales se negaban a recibir a los viajantes desesperados”, cuenta Dain Borges, profesor de Historia de la Universidad de Chicago y especialista en los siglos XIX y XX de América Latina.
En los campamentos que se improvisaban para recibir a las procesiones no se respetaban ni siquiera las condiciones mínimas de higiene y allí, valiéndose de esas aglomeraciones desprotegidas, la viruela hizo estragos. “Las precarias viviendas solían ser unos palos sosteniendo lonas finas, sin divisiones. La concentración de las poblaciones perjudicadas por la sequía en esos campamentos forzó las condiciones ideales para la epidemia de viruela”, explicó Gleudson Passos, profesor de Historia de la Universidad Estadual de Ceará (UECE).
“La viruela se propagó como un incendio de esos que comienzan con una llama en medio de un montón de pajas secas. Al final de octubre de 1878 ya no había esperanzas de restablecer el servicio hospitalario de la región, debido a la cantidad de contagiados que llegaban cada día”, escribió Teófilo en otro de sus relatos.
“El día 10 de diciembre, el cementerio de Lagoa Funda recibió 1.000 difuntos. Ese número sembró el pánico entre los habitantes”, contó el escritor y médico en otro trecho, en el que describe la “jornada de las 1.000 muertes”. Actualmente, el promedio diario de fallecimientos por COVID-19 es de 1.661.
“Esas sequías prolongadas tendrían efectos mínimos en sociedades como la actual, que cuenta con transportes adecuados, industrias no agrícolas y recursos razonablemente distribuidos. Esa lógica no se discute. Si esa sociedad existiese en el Brasil de 1877, no hubiesen sido necesarias acciones de emergencias, ni tampoco se habría desencadenado tal crisis”, escribió el historiador Roger Cunnif en su libro ‘El nacimiento de la industria de la sequía’.
“En 1877, un conjunto de fuerzas sinérgicas formó una trama que vinculó a diferentes crisis, sociales, económicas, ambientales y productivas. El resultado de esa suma fue mucho peor de lo que sería si cada una de ellas estuviera aislada. Es más o menos lo que está sucediendo hoy en Brasil y en otros países del mundo con la pandemia de la COVID-19”, le explicó Passos a la Agencia Anadolu.
A propósito de las estadísticas, el número estimado de 500.000 víctimas por la Gran Sequía del siglo XIX podría ser una cifra conservadora. Según los últimos cálculos realizados por el proyecto Our World in Data, de la Universidad de Oxford, en Reino Unido, habrían fallecido en Brasil más 750.000 personas durante los tres años de sequía, epidemia y crisis.
Según Dain Borges, comparar la actual pandemia con la crisis de 1877-1879 sería “un gran error”. “Pero sí está claro que, a diferencia de lo que pasaba en el siglo XIX, el Estado brasileño actual sí tiene o tuvo los recursos para enfrentar mejor la crisis sanitaria y social provocada por la pandemia”, señala el historiador.
“Un año atrás, cuando todos los países corrían para enfrentar al coronavirus, el Gobierno liderado por Bolsonaro poseía la capacidad de disminuir la crisis y no lo hizo por elección. Pensando en eso, es mucho más difícil juzgar los errores de los gobiernos imperialistas de 1877”, concluyó.
En el marco artístico, la crisis de la Gran Sequía en el Nordeste fue una de las principales fuentes de inspiración para escritores brasileños como Graciliano Ramos, José Lins do Rego y José Américo de Almeida, entre otros. El famoso pintor Cándido Portinari retrató a una familia en éxodo en una serie que también incluye otras dos obras que hacen referencia a la tragedia: “Niño Muerto” y “Entierro en la red”. En el ámbito de la música, “La triste partida”, canción creada por el poeta Patativa do Assaré, se popularizó en la voz del célebre cantante Luiz Gonzaga.