Lo que separa a la Francia de hoy de sus excolonias africanas
Mientras las comunidades de inmigrantes africanos se integran cada vez más a la sociedad francesa, la influencia de la antigua potencia colonial se ve cada día más amenazada.

BOGOTÁ, Colombia
Por: Ahmed Fawzi Mostefai
Durante la década de los 60, luego de la independencia de la mayoría de las excolonias francesas en el continente africano, el gobierno reformista de París, liderado por el general Charles de Gaulle, lanzó la política 'Francafrique'.
Este término, acuñado por el primer presidente de Costa de Marfil, Houphouet Boigny, nunca fue usado oficialmente. Sin embargo, mediante esta política el país galo mantuvo su influencia y cercanía con algunas de sus antiguas colonias en África.
Inicialmente esta política tenía como fin garantizar las importaciones a Francia de materias primas cruciales como el uranio y el petróleo, suprimir la influencia comunista en el continente y mantener la influencia cultural de la antigua potencia colonial.
Pero los componentes más importantes de esta política, que se mantienen hasta la actualidad, eran otros, como que las excolonias continuaran usando la moneda de finales de la era colonial: el franco CFA de África Central (también usado por Guinea Ecuatorial, excolonia española) y el franco CFA de África occidental (también usado por Guinea Bissau, excolonia portuguesa).
Así mismo, este proyecto contemplaba que varias bases militares y personal francés permanecieran en las excolonias, lo cual permitía la injerencia armada de París en crisis locales y en el derrocamiento o mantenimiento de gobiernos a su discreción.
Sin embargo, la influencia de Francia en temas económicos y comerciales ha disminuido considerablemente durante las últimas tres décadas, no solo por los escándalos internacionales suscitados por la cercanía del Palacio del Elíseo con el gobierno de Ruanda durante el genocidio de 1994, sino por el apoyo del Gobierno francés a líderes autocráticos en muchas de las excolonias –como señala el periodista Meredith Martin, quien vivió gran parte de su vida en África subsahariana–, así como por los casos de corrupción en los que se vio involucrada la gigante petrolera Elf Aquitaine.
El distanciamiento se dio también por la consolidación de la Unión Europea durante los años 90, lo cual suscitó un cambio en la agenda de política exterior francesa, que empezó a enfocarse más en temas regionales.
Por otra parte, el inicio de la guerra contra el terrorismo de EEUU después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y su eventual expansión al continente africano hizo que Francia, como miembro de la OTAN, enfocara sus recursos en las excolonias, principalmente en temas de seguridad y cooperación contra el terrorismo.
Tres gobiernos, tres posturas diferentes
Luego de ser elegido, el expresidente Nicolas Sarkozy (2007-2012) fue fuertemente criticado por un comentario hecho durante su primera visita a África. Sarkozy dijo que "el hombre africano no ha entrado del todo a la historia… Los africanos nunca se han lanzado al futuro".
Esta afirmación, hecha durante un discurso pronunciado en Dakar, Senegal, suscitó un fuerte rechazo por lo que muchos consideraron como una actitud paternalista por parte del Palacio del Elíseo hacia el continente africano.
Esta aparente actitud paternalista salió a relucir de nuevo cuando el mandatario francés lideró los bombardeos de la OTAN en Libia, los cuales resultaron en la eventual salida del poder y en el asesinato de Muamar el Gadafi.
El hecho de que esta operación no contara con un amplio apoyo internacional y la falta de preparación de los países involucrados en la campaña militar con respecto al futuro político de la Libia post-Gadafi sigue teniendo peso en el legado del expresidente francés.
A diferencia de Sarkozy, su sucesor, François Hollande, quien fue fuertemente criticado en su país por verse involucrado en un sinnúmero de escándalos, es visto con ojos más amables en el continente africano.
En materia de seguridad, Hollande fue reconocido por su buen manejo de las intervenciones militares en el continente. Fue él quien lanzó, con el aval de las Naciones Unidas, la operación Serval, en enero de 2013. Esta operación logró suprimir una insurrección de supuestos simpatizantes del grupo terrorista Daesh en Mali, la cual amenazaba con derrocar el gobierno legítimo del país sahariano.
Ese mismo año, tropas francesas intervinieron en la República Centroafricana después de que rebeldes derrocaran al gobierno. Un año más tarde, en el 2014, los militares franceses iniciaron una operación contra la presencia terrorista en Chad.
A diferencia de las intervenciones militares de Sarkozy, las operaciones que se llevaron a cabo bajo el mandato de Hollande fueron ampliamente apoyadas tanto por locales como por la comunidad internacional.
Sin embargo, los aplausos que suscitó su estrategia de cooperación militar en África no lograron atenuar la realidad de las relaciones comerciales con ese continente. Según el diario Africa Times, Francia pasó de representar casi el 9% del comercio exterior total de África durante el mandato de Sarkozy al 5,6% al concluir el mandato de Hollande en 2017.
Por otro lado, sus intentos por expandir la presencia económica de Francia en países africanos que nunca fueron colonias francesas, como Nigeria y Sudáfrica, no dieron frutos.
Tal vez quien más se ha esforzado en mejorar las relaciones con África y quien a su vez ha sufrido el mayor distanciamiento en estas es el actual presidente francés, Emmanuel Macron, quien, como reportó la revista The Economist este año, se enfrenta a una creciente ola de africanistas que desean acabar con el franco CFA, debido a que estas monedas están ligadas al euro (antiguamente estaban ligadas al franco francés).
Esto significa que los países donde es usado el franco CFA no pueden mantener una política monetaria independiente, lo cual dificulta su maniobrabilidad ante la fluctuación de precios en el mercado internacional.
Aparte de esto, debido a su naturaleza, las divisas solo son transables por euros, y son vistas por muchos como un legado colonial anacrónico.
En respuesta a las crecientes acusaciones de postcolonialismo, Macron prometió disminuir el número de bases y personal militar francés en el continente y ha expresado abiertamente sus intenciones de cambiar lo que muchos africanos consideran una actitud paternalista.
Para esto, Macron se ha enfocado en mantener y expandir el poder blando de Francia en África, particularmente promoviendo la lengua francesa en el marco de la Francophonie, organización que agrupa a los países donde el francés es un idioma oficial o minoritario.
Macron asegura que el idioma del futuro tal vez no sea el chino, el árabe, el español o el inglés, sino el francés, pero no el francés de Baudelaire, sino un francés africano, el que hoy en día se habla en las calles de Abiyán, en Argel o en los suburbios de París.
Aunque la influencia cultural de Francia en el continente africano sigue siendo amplia, es pertinente preguntarse si esta será suficiente para expandir los intereses económicos del país en ese continente.
Mientras París reenfocaba su agenda de política exterior para África en la prevención del terrorismo, Estados Unidos y China, bajo el liderazgo del presidente Barack Obama –de ascendencia keniata– y del presidente Xi Jinping, respectivamente, expandieron sus intereses comerciales y geoestratégicos.
China desplazó tanto a EEUU como a Francia para convertirse en el principal socio comercial del continente. Los ambiciosos proyectos chinos de inversión en infraestructura a cambio de mayor acceso a los mercados de materias primas han sido bien recibidos por muchos países africanos, en parte debido al interés limitado de China de promocionar su cultura fuera del ámbito académico, ya que es consciente de las sensibilidades de los africanos ante la creciente presencia de una potencia extranjera.
Sin embargo, es difícil que a Francia le funcione la misma estrategia china, ya que disminuir su influencia cultural en África no es solo una estrategia difícil de implementar sino bastante riesgosa. Parece ser que son estos mismos lazos culturales, tan criticados, los que han permitido que la presencia militar y comercial de Francia no se reduzca aún más en el continente africano.
Cabe preguntarse si tal vez sean los afrofranceses quienes tengan el as bajo la manga para el resurgimiento de Francia en la tierra de sus ancestros, algo que las élites políticas en el Palacio Elíseo y la sociedad francesa en general, en la cual el sentimiento antiinmigrante parece crecer cada día, debe considerar cuidadosamente.
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